Algunos escritores dicen que venimos a esta vida para sufrir. Para recorrer un camino largo y angosto, con baches, largas cuestas y piedras enormes. Parece ser que forma parte de nuestra esencia humana eso que calificamos como dolor o sufrimiento, pues no es como el dolor físico de una liebre atacada por un depredador, es un dolor mucho más hondo, imperceptible para los demás, pero desgarrador para nosotros.
Todos lo hemos sentido y algunos hemos pensado que quizá nos acompañe toda la vida. Ahí hemos entrado en el fatídico bucle que yo en consulta suelo denominar “el pozo sin fondo”: todo pierde color, viveza y movimiento. Aparece una percepción del mundo caótica y una auto-perepción como un ser inmóvil que cae en el vacío sin poder hacer nada. Mientras tú caes, tus amigos y familiares te acompañan con un “¡tienes que salir! ¡Ánimo! ¡No puedes estar así!”. Sobra decir que la visión del pozo desde arriba no es la misma que desde abajo: tú ves un larguísimo recorrido hasta alcanzar esa luz que parece lejana y ellos están arriba, en la zona iluminada. La frustración de tus seres queridos muchas veces es enorme ya que por mucho que te tiendan la mano no pueden sacarte de él.
Ahí, en tu oscuridad, rodeado de las paredes de tu propio pozo es cuando empiezan a sonar como un eco aquellas palabras que hicieron crujir tu interior, a proyectarse vívidamente esas imágenes que te atormentan y a cerrarse tus ojos para no enfrentar tu realidad. “Es tan duro, tan indescriptible que es imposible de soportar. No quiero vivir así”. Cuando en consulta he escuchado frases como está… ¡suena música celestial en mis oídos! “No quiero vivir así”, me gusta esta parte de la frase, la única que me interesa. No querer vivir así es el motivo del cambio.
Lo primero que debes aprender es que en contra de lo que parece: no, no hemos venido a esta vida a sufrir. Hemos venido a vivir, a experimentar, a aprender, a reír, a llorar, a sentir… Tú no eres tu dolor, tú eres más que el dolor que estás sintiendo, eres mucho más que un sentimiento. Tu vida va más allá de esta etapa, una etapa que debes seguir caminando para zanjarla. Nadie va a sacarte del pozo, tú eres quien debe recorrer el camino hasta la salida. Podrán ayudarte, pero no si tú no pones en marcha tu cuerpo.
No debes ignorar el dolor, no debes buscar la distracción, evadirte o hacer como si no pasara nada. Esa no es la solución. Al dolor hay que enfrentarlo de cara, comprenderlo, entender por qué te hace sentir así. Nuestro dolor nos habla de quién somos, qué necesitamos, qué hemos perdido y qué tenemos que cambiar. Sólo las personas que encaran al dolor superan el miedo y reaccionan buscando una solución, la que sea, la que ellos consideren oportuna. Es así como consiguen salir del pozo.
Es curioso pero ese pozo oscuro acaba dándonos mucha luz. Nos muestra quiénes somos, la fuerza que tenemos y nos enseña el otro lado de la vida, aquel que va más allá del sufrimiento, aquel que está más allá del pozo negro. Te enseña que el pozo sin fondo no existe, es tu visión del mundo la que te hace sentir así.
Si miras el mundo como un túnel todo parecerá negro.
Si lo miras como un paisaje verás las diferentes tonalidades de la vida.
Y aunque la herida sana, uno ya no es el mismo. Es más fuerte, más sabio, está más vivo. Tras la oscuridad uno sólo se plantea “A MIRAR HACIA ADELANTE… QUE PARA ATRÁS YA ME DOLIÓ BASTANTE” (como dice la canción).
Patricia Blasco. Psicóloga.